Es un simple acto reflejo.
El miedo nos provoca una reacción en la que, sin darnos cuenta, nos llevamos las manos hacia el rostro, procurando tapar los ojos, pero no del todo, porque nuestro instinto curioso nos hace querer saber qué está ocurriendo y/o ver cómo continua aquello que nos ha asustado.
Cuando algo nos da miedo, también solemos llevarnos la mano hacia nuestra boca. Este acto es más por contención que por el propio susto.
Nos tapamos la boca para no gritar e inconscientemente lo hacemos para no asustar con nuestro grito, a la vez, a aquellos que se encuentran cerca de nosotros.
Los psicólogos recomiendan que, ante un acto de terror, gritemos y liberemos la tensión que ello nos puede provocar.
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